Descrição
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Autor: Antonino de Sousa
Editora: Editorial Cáritas
Publicado em: 2016
Preço: € 15,00
PREFÁCIO
Prefacio al libro: El cuidar como relación de ayuda
Me complace presentar este libro escrito por Antonino Gomes De Sousa donde explora los fundamentos de una ética teológica del cuidar. Desde finales del siglo pasado la Caring ethics ha experimentado un gran desarrollo conceptual y ha despertado el interés en el campo de las helping professions.
Antonino Gomes de Sousa explora la ética del cuidar desde la perspectiva teológica, a partir de la interpretación del Evangelio. Constituye, desde este punto de vista, una aportación original y creativa que merece ser atentamente leída y discutida más allá de los prejuicios que pueda suscitar en el lector la palabra teología.
Cuando uno se adentra en el libro, se percata que la práctica del cuidar incluye una acción encaminada a hacer para alguien, lo que él solo no puede hacer, consiste en dar respuesta a sus necesidades básicas. Desde su origen, el ejercicio de cuidar ha ido siempre acompañado de la intuición y del trato amoroso. Cuidar a una persona es ayudarla a realizarse y a afrontar dificultades y crisis propias de la vida.
Cuidar es un arte y también una ciencia. Milton Mayeroff define el acto de cuidar como el de ayudar a un ser humano a crecer y a realizarse como persona. Platón defendía que enseñar a tener cuidado de uno mismo significa enseñar a ocuparse de la ciudad, a asumir la responsabilidad de la vida social
y política de la ciudad, porque de hecho existe una íntima relación entre el ámbito personal y el público. Para tener cuidado de sí mismo, hay que vivir en una ciudad equilibrada y armónica, justa y pacífica en la que sea posible desarrollar el oficio de ser hombre.
Como dice Ida Faré, el cuidado es la ciencia de la ocasión. No es la respuesta a una programación pensada con atención y rigor nacional. Es la respuesta a las circunstancias y a las necesidades que de ella emergen y no siempre pueden anticiparse racionalmente. La ciencia de la ocasión se traduce, según como, en una caricia, en un abrazo o bien en una palabra de confort.
Esta flexibilidad extrema es la guía de la acción del cuidar. Es la práctica de una responsabilidad que no se nutre de principios filosóficos estáticos, sino de la fidelidad a la experiencia y el profundo conocimiento del contexto y de los elementos que inciden en la relación con el ambiente, el conocimiento del material disponible, el tiempo y el cuerpo de los demás.
Otra característica de la práctica del cuidar se puede definir siguiendo Annalisa Marinelli como la “relación con lo que es efímero”. En efecto, en la práctica del cuidar no tan sólo cuenta lo que es categorial, sino que tienen mucha relevancia los detalles, las cosas pequeñas, los gestos minúsculos que atesoran un gran significado y pueden tener un poder simbólico curativo.
En el trabajo del cuidar, además, no se producen tal como se ha hecho ver, objetos durables, pero sí relaciones, gestos, lenguajes, en definitiva, bienes que se consumen velozmente, porque después de la práctica no queda nada tangible y el cuidador puede tener la impresión que esta labor es estéril.
Pero esta sensación no refleja la realidad, porque esta práctica permite a otros resolver necesidades, hacer sus actividades diarias y desarrollar su talento. Echamos en falta al cuidador cuando no está. Es entonces cuando nos damos cuenta del inmenso trabajo silente que cada día, discretamente hace, y gracias al cual los receptores de los cuidados tienen una calidad de vida significativamente mejor.
Con todo, hay que hacer ver que en una sociedad en la que tiene tanta relevancia la producción tangible y la actividad orientada a la rentabilidad, el cuidar puede ser una actividad marginada. Al cuidar a un niño, a un enfermo mental o a una persona mayor y dependiente, no se genera ningún objecto nuevo, tampoco no se hace una actividad que genere riqueza, pero se puede cuantificar el gasto que el cuidador ahorra al hacerla.
La gratificación en este tipo de actividad no nace de la producción de un objeto, sino del desarrollo de una acción. Cuidar es árido, pero también aporta, como veremos más adelante, grandes beneficios, no sólo para la persona destinataria de los cuidados, sino también para el cuidador. El acento recae no sobre el objeto, sino sobre el proceso; el beneficio no es tangible, porque no se toca, ni se ve; es intangible, está en el valor de la relación.
En la relación de cuidado, las fuerzas de las personas en juego se alternan continuamente. En este sentido, hay que subrayar que la práctica del cuidar no tiene nada que ver con la azucarada retórica de la maternidad. El cuidado es, de hecho, práctica del conflicto, dos cuerpos y dos psiques que entran en interacción, un cruce de miradas, de palabras, de gestos, una confrontación, a veces dura, de identidades y de libertades contrapuestas.
Como muestra Antonino Gomes De Sousa, actuar con cuidado reclama el sentido de la medida, saber pararse a tiempo, no extralimitarse, ya que demasiado cuidado es nocivo, tanto como lo puede ser su falta. Esta ambigüedad es una característica inherente a la práctica del cuidar ya en la propia definición de la cosa. En el Diccionario podemos leer que cuidar a alguien significa prestarle atención, tener competencia, en definitiva, preocuparse por el otro.
Vivir con una enfermedad es una negociación cotidiana entre el legítimo desánimo y el combate contra el propio cuerpo. El cuidador debe conocer las transformaciones emocionales que comporta el proceso de la enfermedad para la persona que la sufre. En la actividad del cuidar, dos dinamismos se encuentran por necesidad. No son dos entidades estáticas. El cuidador cambia de un día para otro, y también lo hace la persona cuidada.
Existen, en el fondo, tres grandes actitudes frente a la enfermedad: la prudencia, que disminuye el riesgo de la enfermedad, el coraje que permite soportarla cuando aparece, y la solidaridad que permite compartir su peso com los demás.
La finalidad del ejercicio del cuidar, tal como revela el autor de este libro, es conseguir que el destinatario aprenda a cuidarse a sí mismo, a ser más autónomo, a tener capacidad de autocuidado. Esto, naturalmente, no es siempre posible, pero mientras existan posibilidades de progresar y de mejorar en la autonomía personal, la práctica del cuidar tiene que buscar estas pequeñas posibilidades y hacerlas realidad.
Como explica Jean-Gilles Boula en Le sens du soin, hay que reconocer que, en ocasiones, el cuidador experimenta una impotencia en el decir (impuissance à dire) y una impotencia en el hacer (impuissance à faire). Desde un punto de vista práctico, el ejercicio de cuidar se sirve de gestos que expresan proximidad con la persona destinataria. Esta impotencia es lógica, pero no se puede abandonar a él, sino que tiene que combatirla de raíz. No saber qué decir, ni saber qué hacer es una posibilidad muy humana, pero un cuidador, debidamente formado, tiene que poder responder a situaciones de esta índole.
Algunas veces no se puede decir nada que sea sensato, pero se puede hacer uso de los recursos lingüísticos no verbales. No siempre podemos decir lo que sentimos, pero podemos mostrarlo.
Entre estos usos del lenguaje no verbal, juega un papel especial la caricia. También cuenta mucho la capacidad de recibir el lamento del otro, la solidaridad y la capacidad de promocionar su deseo de ser, de despertar en el otro una razón, un sentido por el que valga la pena ser en la realidad y las múltiples adversidades que van asociadas a la dependencia.
En resumen, el libro que presentamos es una buena ocasión para ahondar en la práctica del cuidar. El paradigma del cuidar se articula a partir de una constelación de elementos, entre los que podemos citar la complejidad, la flexibilidad, la gestión del imprevisto, el sentido de la responsabilidad, la capacidad de escucha y de adaptación al contexto, la valoración de las relaciones y la revelación del sentido.
Todas estas propiedades en conjunto caracterizan este arte de cuidar que durante siglos han desarrollado y transmitido por vía oral y sapiencial las madres a sus hijas. En la actualidad, podemos capitalizar esta sabiduría para convertirla en una competencia incluso en ámbitos externos a los muros de la vida doméstica.
Son extraordinarios los frutos que una ética del cuidar puede tener en el conjunto de la ciudad. La calidad de vida de los ciudadanos está estrechamente vinculada a la práctica del cuidado, pero ésta, como no es una actividad fácilmente cuantificable y mercantil, no entra, con frecuencia, a formar parte de los elementos de la planificación. La aportación de la teología cristiana en la articulación de la Caring ethics no es, para nada, despreciable; sino un elemento creativo a considerar atentamente incluso en sociedades altamente secularizadas.
Dr. Francesc Torralba
Universitat Ramon Llull (Barcelona)
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